jueves, 27 de septiembre de 2012

Pedro y el lobo

Han pasado ya más de tres meses desde mi última entrada en el blog, ¡cómo pasa el tiempo!

Nada de lo que diga puede servir de excusa a este largo periodo de inactividad, aunque en la página de Facebook haya ido publicando algunas actividades realizadas con mis hijos. Digamos que ha sido un cúmulo de circunstancias, aunque no precisamente la falta de cosas que contar.

Hoy hago propósito de enmienda, para retomar las publicaciones en el blog, y como reconozco que no es la primera vez que lo digo, a mi mismo me dedico este cuento clásico, que es el que anoche conté a mis hijos, aunque insitían en que ya lo sabían, pero quería que recordarán la moraleja de está fábula por alguna cosa que ha ocurrido en los últimos días.

Erase una vez que se era un joven y alegre pastorcillo llamado Pedro.
Pedro cuidaba su pequeño rebaño de ovejas en el monte, cerca del pueblecito donde vivía con su anciana madre. Un día, aburrido como estaba decidió gastarles una broma a sus vecinos, y no se le ocurrió otra cosa que ponerse a gritar desde la cima del monte con todas sus fuerzas:
- ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡El lobo!¡Qué viene el lobo!
Los campesinos que estaban al pié del monte trabajando en sus campos, al oír los gritos dejaron todo y salieron corriendo en ayuda de Pedro y su rebaño. Cargados con azadas y horcas subieron a la carrera los montes. Cansados y sudorosos llegaron a donde se encontraba el muchacho sólo para encontrarse al pastorcillo riéndose a más no poder.
- ¡Mira que sois inocentes! ¡Si ya no hay lobos por aquí!
Al ver que les había tomado el pelo volvieron a sus tareas enfadados, mientras que el pastor seguía riéndose de ellos, divertido.
Unos días mas tarde el pastor volvió a gastarles la misma broma pesada. Se puso a gritar y a pedir ayuda con mucha insistencia:
- ¡Ayudadme por favor! ¡El lobo! ¡El lobo se come a mis ovejas! ¡Socorro, Socorro!
Los campesinos escucharon los gritos, y aunque dudaron un poco al principio, echaron a correr hacia donde venían las voces. Cuando llegaron a la cima se encontraron con que otra vez habían sido engañados por Pedro. Muy enfadados, ésta vez, volvieron a sus campos, advirtiéndole que no volverían a creer nada de lo que dijera.
- ¡Habéis vuelto a picar!- les decía mientras seguía riéndose de ellos.
Pero un día, no demasiado lejano aparecieron los lobos de verdad. Comenzaron a perseguir y a comerse a las ovejas de Pedro. Entonces, el pastor, muy asustado, volvió a gritar y gritar pidiendo ayuda a sus vecinos que estaban en el valle. Pero nadie acudió esta vez. Pedro se desgañitaba pidiendo auxilio, pero escarmentados como estaban, los campesinos siguieron trabajando en la tierra como si nada ocurriera.
- ¡Ay! Si no les hubiera engañado las otras veces – se lamentaba el pastor mientras escapaba monte abajo, con un solo cordero bajo el brazo y dejando el rebaño a merced de los lobos, sin poder hacer nada.
Allí perdió Pedro a sus ovejas y aprendió una dolorosa lección. Nunca volvería a engañar a nadie más, ya que las personas que mienten no pueden esperar que los demás confíen en ellos.

Fuente: La torre de media tarde

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