Ayer, mientras pensaba que escribir en un día como el de hoy, alguien con quien lo comentaba me preguntó: "¿Qué sentiste al ser padre?".
Por mi cabeza pasó como un flashback toda la secuencia de acontecimientos, desde el emotivo momento, más aun por tratarse de nuestro primer aniversario, en que supe por primera vez que iba a ser padre, todo el periodo del embarazo con su evolución y los cambios que provoca, las revisiones ginecológicas que intenté no perderme ninguna, la primera ecografía que envié a mi familia y amigos por mail, las clases de preparación al parto, los libros y revistas que leímos, la preparación de todas las cosas para el bebé... y cada minuto de aquel día tan especial, desde que salimos hacia la clínica, por si acaso, para quedarnos tranquilos, porque tenía algunas molestias y no sabía muy bien lo que eran; la confirmación de que estaba de parto, aunque empezando; el tiempo de espera en la habitación con los nervios normales de cualquier padre primerizo; el dolor de las contracciones reflejado en su rostro y la impotencia de no poder hacer nada; los minutos, que parecieron horas, esperando en la puerta de la sala de partos a que me llamasen para entrar; su carita al verme a su lado y, cogidos de la mano, dar el último empujón para traer al mundo a nuestro hijo.
Por mi cabeza pasó como un flashback toda la secuencia de acontecimientos, desde el emotivo momento, más aun por tratarse de nuestro primer aniversario, en que supe por primera vez que iba a ser padre, todo el periodo del embarazo con su evolución y los cambios que provoca, las revisiones ginecológicas que intenté no perderme ninguna, la primera ecografía que envié a mi familia y amigos por mail, las clases de preparación al parto, los libros y revistas que leímos, la preparación de todas las cosas para el bebé... y cada minuto de aquel día tan especial, desde que salimos hacia la clínica, por si acaso, para quedarnos tranquilos, porque tenía algunas molestias y no sabía muy bien lo que eran; la confirmación de que estaba de parto, aunque empezando; el tiempo de espera en la habitación con los nervios normales de cualquier padre primerizo; el dolor de las contracciones reflejado en su rostro y la impotencia de no poder hacer nada; los minutos, que parecieron horas, esperando en la puerta de la sala de partos a que me llamasen para entrar; su carita al verme a su lado y, cogidos de la mano, dar el último empujón para traer al mundo a nuestro hijo.
