viernes, 8 de junio de 2012

¡Cuánto tiempo!

Hola a todos, cuánto tiempo, y cuánta gente nueva veo por aquí ¡gracias!, espero que os guste lo que habéis leído. Quiero mandar un saludo especial a esa legión que recientemente se ha hecho fan del blog desde el otro lado del atlántico: México, Ecuador, Bolivia..., un fuerte abrazo desde España.

Os pido disculpas, acostumbrado a escribir 2 o 3 entradas a la semana, y llevo dos semanas sin escribir nada. Últimamente me "robaron" un poco de mi escaso tiempo de ocio, y parte de ese tiempo es el que solía dedicar a escribir, eso ha provocado que tuviese el blog un poco abandonado.

Como dice una amiga "hay prioridades" y yo no debo olvidar que mis hijos, y este blog que he dedicado a mi día a día con ellos es una de esas prioridades, por lo que debo buscarle siempre un hueco para ponerme a escribir.

Y no es que no haya tenido nada que contar, más bien al contrario, tengo una batería de cosas para compartir, así que espero ponerme al día en breve. Hoy no voy a escribir ninguna historia con mis hijos, pero dejo públicamente hecha la promesa de seguir contando todas esas cosas más o menos interesantes que nos van sucediendo.

No obstante, no lo dejo así, comparto con vosotros esta bonita historia sobre la constancia, algo que igual me ha faltado últimamente.

Había una vez un joven a quien gustaban tanto las marionetas que se convirtió en aprendiz de artesano. Pero era muy torpe, y su maestro y compañeros constantemente le decían que no tenía habilidad para ello y nunca llegaría a nada.
Sin embargo, tanto le gustaba que trabajaba día tras día por mejorar. Y aún así, siempre encontraban fallos en sus muñecos, hasta que terminaron echándole de la escuela. Entonces, decidido a no rendirse, aquel joven dedicó desde aquel día todo su empeño a hacer un muñeco, sólo uno. Siempre hacía la misma marioneta, y en cuanto detectaba un fallo, la abandonaba y volvía a empezar desde cero.
Pasaron los años, y con cada nuevo intento su muñeco era un poco mejor. Y aunque su marioneta era mucho más bella que cualquiera de las que hacían sus antiguos compañeros, no dejaba de intentar que fuera perfecta. Así, el hombre no ganaba dinero y como era muy pobre muchos se reían de él.

Cuando aquel pobre artesano llegó a viejecito, su marioneta era realmente maravillosa. Tanto, que finalmente un día, tras mucho trabajo, terminó el muñeco y dijo: "No encuentro ningún defecto, esta vez ya es perfecto", y por primera vez en todos aquellos años, en lugar de abandonar el muñeco, lo colocó en un estante, verdaderamente satisfecho y feliz.

Lo demás ya es historia. Aquel muñeco perfecto llegó a cobrar vida, vivió mil aventuras y dio a aquel viejecito, llamado Gepetto, más alegrías de las que ningún otro artesano famoso consiguió con ninguna de sus marionetas.


Fuente: Cuentos para dormir

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