La nieve

Anoche volví a buscar entre los libros y cuentos de la estantería cual contarle a mis hijos. En la balda más alta, casi el último, en el rincón, como desahuciado, encontré un viejo libro, seguramente heredado de sus primos mayores, con el título "Un cuento para cada día", y busqué el correspondiente al 12 de marzo.

Aunque la redacción del mismo no me convencía mucho, se nota que es una edición antigua (1978), la historia sí me gustaba, y por ese motivo se lo conté a la hora de dormir, aunque adaptando sobre la marcha alguna frase para que lo pudieran entender mejor.

La lluvia y el viento golpeaban los cristales de la ventana y la niña no podía dormir. La abuelita, suavemente, le contó una historia de nieve.

Sobre la cumbre de una montaña altísima, había un peñón y encima un copo de nieve. Mirando a su alrededor, la nieve empezó a fantasear:

- Todos deben tenerme por soberbio, pues no siendo más que un copo de nieve, estoy aquí arriba, en un lugar tan elevado, cuando en la ladera de la montaña la nieve es montón. Un copo de nieve no merece esta sublime altura y justo es que yo, para convencerme mejor de mi pequeñez, reciba del sol el mismo trato que diera ayer a otros copos, mis compañeros: los que destruyó con una sola mirada. Así que descenderé a un lugar más conveniente para mi tamaño y eludiré la justicia del sol.

Y así diciendo, el copo de nieve, entumecido de frío, se arrojó de la peña y bajó rodando desde la altísima cumbre del monte. Pero cuanto más descendía, más aumentaba su tamaño. Aquel copo de nieve se volvió pronto una gran bola, transformándose, al seguir rodando, en una avalancha. Su carrera, al fin, terminó sobre una colina, y la avalancha era tan grande como toda la colina. Y durante el verano, aquella nieve fue la última en derretirse al sol.

- Los que se humillan, niña mía -terminó la abuelita-, se ven ensalzados.

Fuente: Un cuento para cada día (Ediciones Susaeta)